En Vintage Hair Art y en su asociado Rapunzel's Delight pierden la cabeza por los pelos. Se encuentran fotos impresionantes, como la de arriba, de mujeres con larguísimas cabelleras (las de la foto son las "Sutherland Sisters", ver su página en Rapunzel's Delight y un artículo sobre su vida en la revista Yankee). Y hablan del "hairwork" o "hair art", que literalmente traducido significa "trabajo en pelo" o "trabajo de pelo" el primero, y "arte en pelo" o "arte de pelo" el segundo; una variante que llegaría a ser en el pasado bastante popular es la "joyería de pelo", que hasta tiene entrada en la Wikipedia de habla inglesa.
Gran parte de la joyería de pelo era joyería de luto, relacionada con la costumbre de cortar mechones de cabello a las personas fallecidas, aunque también existía la versión de amor romántico y vivo, cuando el mechón de cabello (normalmente, de la mujer) se entregaba al enamorado, en señal de que existía correspondencía en el sentimiento.
Por eso, en su forma más simple, el objeto de joyería era un contenedor o expositor del mechón de cabello de la persona recordada o amada; el "guardapelo" es, precisamente, eso, una "joya en forma de caja plana en que se guarda pelo, retratos, etc" (RAE). El "relicario" es parecido, pero menos específico ("Caja o estuche comúnmente precioso para custodiar reliquias", RAE).
Guardapelo con el pelo de María Antonieta, British Museum
Modelos sencillos de guardapelo
Pero el auténtico arte en pelo va mucho más allá. Puede empezar, quizá, por recoger en el guardapelo o relicario no un simple mechón de pelo atado en su extremo o, un pelín más sofisticado, formando una pequeña trenza (como el de María Antonieta de la imagen de arriba), sino un motivo ya con formas definidas y decorativas, como las que se ven en las imagenes que figuran a continuación
De aquí pasamos a composiciones florales, paisajes... y todo lo que permita la imaginación.
Existe incluso un museo del pelo (Leila's Hair Museum, en Independence, Missouri) del que proceden las siguientes piezas (fotografías de Richard Gwin, fuente LJWorld)
De esta obra de 1820-1840 se nos dice que todo está hecho de pelo: las tumbas, los árboles, las flores (nomeolvides), incluso las alas, el pelo, los dedos y las túnicas de los ángeles
Impresionante urna de pelo del Wyndham Museum, que obtenemos de Southland District Council (lectura recomendada; editamos el enlace para recuperarlo en internet archive); data de 1896
Detalle de la urna: cada flor numerada representa un amigo o un familiar
Detalle donde se aprecian los nombres de los "dueños" de cada cabello utilizado
Våmhus es una agrupación de pequeñas aldeas situado cerca de la costa del Lago Orsa, en la parte central de Suecia. Allí el trabajo en hilo constituye incluso hoy en día una importante (y distintiva) fuente de ingresos. En la tienda online Myrans Hemslöjd vemos un surtido catálogo de joyería; como muestra estos pendientes
En la actualidad, existen varios diseñadores o artistas que elaboran sus objetos con cabello humano, ya sea con nuevos estilos o manteniendo las formas tradicionales.
Adrienne Antonson ha destacado sobre todo por sus esculturas de insectos, aunque no es su única temática
La modalidad de bordado en pelo (hair embroidery) no es tan extraordinaria como cabría imaginar. Se considera un arte popular en algunas regiones de China, donde en tiempos tuvo gran importancia (ver artículo en Chinadaily US Edition)
Liyen Chong borda preciosas figuras con sus propios cabellos
Am I a woman who dreamt I was a butterfly
The Golden Firebird (who travelled from China and settled here)
Lamento no saber el nombre del artista, imagino que chino, que hace esta versión de la Gioconda
Kate Krenz, norteamericana, es otra destacada representante de esta modalidad artística
Detalle de la obra anterior
Jennifer Shingelo acude a distintas fuentes como motivo de inspiración, consiguiendo magníficos resultados.
Basada en el grabado de Goya "Y no hay remedio"
Detalle de la obra
Bordado en pelo sobre papel
Los "collares" de Kerry Howley son bellos y espectaculares, o quizá mejor espectacularmente bellos (aunque yo no me los pondría)
Pese a estos nuevos aportes, es indiscutible que el arte en pelo alcanzó su esplendor en el siglo XIX. Benito Pérez Galdós describe en "La de Bringas" la dedicación de Don Francisco Bringas a este arte (antes de que en el empeño pierda la vista "Enterándose de los antecedentes del caso, calificó el mal de
"congestión retiniana".
«De la retina--apoyó Cándida--. Eso pasa. Pronto recobrará la vista;
pero ese trabajo de los pelos, amiguito, delo usted por terminado»"). Merece la pena detenerse unos minutos para leerla (cortesía del Proyecto Gutemberg):
I. Era aquello... ¿cómo lo diré yo?... un gallardo artificio sepulcral de
atrevidísima arquitectura, grandioso de traza, en ornamentos rico, por
una parte severo y rectilíneo a la manera viñolesca, por otra movido,
ondulante y quebradizo a la usanza gótica, con ciertos atisbos
platerescos donde menos se pensaba; y por fin cresterías semejantes a
las del estilo tirolés que prevalece en los kioskos. Tenía piramidal
escalinata, zócalos greco-romanos, y luego machones y paramentos
ojivales, con pináculos, gárgolas y doseletes. Por arriba y por abajo, a
izquierda y derecha, cantidad de antorchas, urnas, murciélagos, ánforas,
búhos, coronas de siemprevivas, aladas clepsidras, guadañas, palmas,
anguilas enroscadas y otros emblemas del morir y del vivir eterno. Estos
objetos se encaramaban unos sobre otros, cual si se disputasen,
pulgada a pulgada, el sitio que habían de ocupar. En el centro del
mausoleo, un angelón de buen tallo y mejores carnes se inclinaba sobra
una lápida, en actitud atribulada y luctuosa, tapándose los ojos con la
mano como avergonzado de llorar; de cuya vergüenza se podía colegir que
era varón. Tenía este caballerito ala y media de rizadas y finísimas
plumas, que le caían por la trasera con desmayada gentileza, y calzaba
sus pies de mujer con botitos, coturnos o alpargatas; que de todo había
un poco en aquella elegantísima interpretación de la zapatería
angelical. Por la cabeza le corría una como guirnalda con cintas, que se
enredaban después en su brazo derecho. Si a primera vista se podía
sospechar que el tal gimoteaba por la molestia de llevar tanta cosa
sobre sí, alas, flores, cintajos, y plumas, amén de un relojito de
arena, bien pronto se caía en la cuenta de que el motivo de su duelo era
la triste memoria de las virginales criaturas encerradas dentro del
sarcófago. Publicaban desconsoladamente sus nombres diversas letras
compungidas, de cuyos trazos inferiores salían unos lagrimones que
figuraban resbalar por el mármol al modo de babas escurridizas. Por tal
modo de expresión las afligidas letras contribuían al melancólico efecto
del monumento.
Pero lo más bonito era quizás el sauce, ese arbolito sentimental
que de antiguo nombran _llorón_, y que desde la llegada de la Retórica
al mundo viene teniendo una participación más o menos criminal en toda
elegía que se comete. Su ondulado tronco elevábase junto al cenotafio, y
de las altas esparcidas ramas caía la lluvia, de hojitas tenues,
desmayadas, agonizantes. Daban ganas de hacerle oler algún fuerte
alcaloide para que se despabilase y volviera en sí de su poético
síncope. El tal sauce era irremplazable en una época en que aún no se
hacía leña de los árboles del romanticismo. El suelo estaba sembrado de
graciosas plantas y flores, que se erguían sobre tallos de diversos
tamaños. Había margaritas, pensamientos, pasionarias, girasoles, lirios
y tulipanes enormes, todos respetuosamente inclinados en señal de
tristeza... El fondo o perspectiva consistía en el progresivo
alejamiento de otros sauces de menos talla, que se iban a llorar a moco
y baba camino del horizonte. Más allá veíanse suaves contornos de
montañas, que ondulaban cayéndose como si estuvieran bebidas; luego
había un poco de mar, otro poco de río, el confuso perfil de una ciudad
con góticas torres y almenas; y arriba, en el espacio destinado al
cielo, una oblea que debía de ser la Luna a juzgar por los blancos
reflejos de ella que esmaltaban las aguas y los montes.
El color de esta bella obra de arte era castaño, negro y rubio. La
gradación del oscuro al claro servía para producir ilusiones de
perspectiva aérea. Estaba encerrada en un óvalo que podría tener media
vara en su diámetro mayor, y el aspecto de ella no era de mancha sino de
dibujo, hallándose expresado todo por medio de trazos o puntos. ¿Era
talla dulce, agua fuerte, plancha de acero, boj o pacienzuda obra
ejecutada a punta de lápiz duro o con pluma a la tinta china?... Reparad
en lo nimio, escrupuloso y firme de tan difícil trabajo. Las hojas del
sauce se podrían contar una por una. El artista había querido expresar
el conjunto, no por el conjunto mismo sino por la suma de pormenores,
copiando indoctamente a la Naturaleza; y para obtener el follaje, tuvo
la santa calma de calzarse las hojitas todas una después de otra.
Habíalas tan diminutas, que no se podían ver sino con microscopio. Todo
el claro-oscuro del sepulcro consistía en menudos órdenes de bien
agrupadas líneas, formando peine y enrejados más o menos ligeros según
la diferente intensidad de los valores. En el modelado del angelote
había tintas tan delicadas, que sólo se formaban de una nebulosa de
puntos pequeñísimos. Parecía que había caído arenilla sobre el fondo
blanco. Los tales puntos, imitando el estilo de la talla dulce, se
espesaban en los oscuros, se rarificaban y desvanecían en los claros,
dando de sí, con esta alterna y bien distribuida masa, la ilusión del
relieve... Era, en fin, el tal cenotafio un trabajo de pelo o en
pelo, género de arte que tuvo cierta boga, y su autor D. Francisco
Bringas demostraba en él habilidad benedictina, una limpieza de manos y
una seguridad de vista que rayaban en lo maravilloso, si no un poquito
más allá.
II. ... Un año antes se había llevado de este
mundo, para adornar con ella su gloria, a la mayor de las hijas de Pez,
interesante señorita de quince años. La desconsolada madre conservaba
los hermosos cabellos de Juanita y andaba buscando un habilidoso que
hiciera con ellos una obra conmemorativa y ornamental de esas que
ya sólo se ven, marchitas y sucias, en el escaparate de anticuados
peluqueros o en algunos nichos de Camposanto. Lo que la señora de Pez
quería era... algo como poner en verso una cosa poética que está en
prosa. No tenía ella, sin duda por bastante elocuentes las espesas
guedejas, olorosas aún, entre cuya maraña creyérase escondida parte del
alma de la pobre niña. Quería la madre que aquello fuera bonito y que
hablara lenguaje semejante al que hablan los versos comunes, la
escayola, las flores de trapo, la purpurina y los Nocturnos fáciles
para piano. Enterado Bringas de este antojo de Carolina, lanzó con todo
el vigor de su espíritu el grito de un eureka. Él iba a ser el
versificador.
«Yo, señora, yo...»--tartamudeó, conteniendo a duras penas el fervor
artístico que llenaba su alma.
--Es verdad... Usted sabrá hacer eso como otras muchas cosas. Es usted
tan hábil...
--¿De qué color es el cabello?
--Ahora mismo lo verá usted--dijo la mamá abriendo, no sin emoción, una
cajita que había sido de dulces, y era ya depósito azul y rosa de
fúnebres memorias--. Vea usted qué trenza... es de un castaño
hermosísimo.
--¡Oh!, sí, ¡soberbio!--profirió Bringas temblando de gozo--. Pero nos
hacía falta un poco de rubio.
--¿Rubio?... Yo tengo de todos colores. Vea usted estos rizos
de mi Arturín que se me murió a los tres años.
--Delicioso tono. Es oro puro... ¿Y este rubio claro?
--¡Ah!, la cabellera de Joaquín. Se la cortamos a los diez años. ¡Qué
lástima! Parecía una pintura. Fue un dolor meter la tijera en aquella
cabeza incomparable... pero el médico no quiso transigir. Joaquín estaba
convaleciente de un tabardillo, y su cara ahilada apenas se veía dentro
de aquel sol de pelos.
--Bien, bien; tenemos castaño y dos tonos de rubio. Para entonar no
vendría mal un poco de negro...
--Utilizaremos el pelo de Rosa. Hija, tráeme uno de tus añadidos.
D. Francisco tomó, no ya entusiasmado, sino extático, la guedeja que se
le ofreció.
«Ahora...--dijo algo balbuciente--. Porque verá usted, Carolina... tengo
una idea... la estoy viendo. Es un cenotafio en campo funeral, con
sauces, muchas flores... Es de noche».
--¿De noche?
--Quiero decir, que para dar melancolía al paisaje del fondo, conviene
ponerlo todo en cierta penumbra... Habrá agua, allá, allá, muy lejos,
una superficie tranquiiiila, un bruñido espeeeejo... ¿me comprende
usted?...
--¿Qué es ello?, ¿agua, cristal...?
--Un lago, señora, una, especie de bahía. Fíjese usted: los
sauces extienden las ramas así... como si gotearan. Por entre el follaje
se alcanza a ver el disco de la luna, cuya luz pálida platea las cumbres
de los cerros lejanos, y produce un temblorcito... ¿está usted?, un
temblorcito sobre la superficie...
--¡Oh!, sí... del agua. Comprendido, comprendido. ¡Lo que a usted se le
ocurre...!
--Pues bien, señora, para este bonito efecto me harían falta algunas
canas.
--¡Jesús!, ¡canas!... Me río tontamente del apuro de usted por una cosa
que tenemos tan de sobra... Vea usted mi cosecha, Sr. D. Francisco. No
quisiera yo poder proporcionar a usted en tanta abundancia esos rayos de
luna que le hacen falta... Con este añadido _(Sacando uno largo y
copioso.)_ no llorará usted por canas...
Tomó Bringas el blanco mechón, y juntándolo a los demás, oprimiolo todo
contra su pecho con espasmo de artista. Tenía, ¡oh dicha!, oro de dos
tonos, nítida y reluciente plata, ébano y aquel castaño sienoso y
romántico que había de ser la nota dominante.
«Lo que sí espero de la rectitud de usted--dijo Carolina, disimulando la
desconfianza con la cortesía--, es que por ningún caso introduzca en la
obra cabello que no sea nuestro. Todo se ha de hacer con pelo de la
familia».
--Señora, ¡por los clavos de Cristo!... ¿Me cree usted capaz de
adulterar...?
--No... no, si no digo... Es que los artistas, cuando se dejan llevar de
la inspiración _(Riendo.)_ pierden toda idea de moralidad, y con tal de
lograr un efecto...
--¡Carolina!...
III.
...Pegó Bringas su dibujo sobre un tablero, y puso encima el cristal,
adaptándolo y fijándolo de tal modo que no se pudiese mover. Hecho esto,
lo demás era puro trabajo de habilidad, paciencia y pulcritud. Consistía
en ir expresando con pelos pegados en la superficie superior del
cristal todas las líneas del dibujo que debajo estaba, tarea
verdaderamente peliaguda, por la dificultad de manejar cosa tan sutil y
escurridiza como es el humano cabello. En las grandes líneas menos mal;
pero cuando había que representar sombras, por medio de rayados más o
menos finos, el artista empleaba series de pelos cortados del tamaño
necesario, los cuales iba pegando cuidadosamente con goma laca, en
caliente, hasta imitar el rayado del buril en la plancha de acero o en
el boj. En las tintas muy finas, Bringas había extremado y sutilizado su
arte hasta llegar a lo microscópico. Era un innovador. Ningún capilífice
había discurrido hasta entonces hacer puntos de pelo, picando este con
tijeras hasta obtener cuerpecillos que parecían moléculas, y pegar luego
estos puntos uno cerca de otro, jamás unidos, de modo que imitasen el
punteado de la talla dulce. Usaba para esto finísimos pinceles, y aun
plumas de pajaritos afiladas con saliva; y después de bien picado el
cabello sobre un cristal, iba cogiendo cada punto para ponerlo en su
sitio, previamente untado de laca. La combinación de tonos aumentaba la
enredosa prolijidad de esta obra, pues para que resultase armónica,
convenía poner aquí castaño, allá negro, por esta otra parte rubio, oro
en los cabellos del ángel, plata en todo lo que estuviera debajo del
fuero de la claridad lunar. Pero de todo triunfaba aquel bendito.
XVII.
...Algunas tardes, cuando Pez y Rosalía no podían salir a la terraza a
causa del mal tiempo, los tres tertuliaban en Gasparini. Tenían que oír
los elogios que D. Manuel hacía de la estupenda obra de su amigo. De pie
junto a él, con la mano izquierda en el bolsillo del pantalón,
mascándose el bigote, dejaba caer miradas de crítico sobre el
maravilloso cristal tan poblado de pelos como humana cabeza, en algunas
partes cabelludo, en otras claro, en todas como recién afeitado, gomoso,
pegajoso, con brillo semejante al de las perfumadas pringues de tocador.
«Es una maravilla... ¡Qué manos!, ¡qué paciencia! Esta obra debiera ir a
un Museo».
Y para sí, mascando más fuerte y metiendo más la mano en el bolsillo:
«Vaya una mamarrachada... Es como salida de esa cabeza de corcho. Sólo
tú, grandísimo tonto, haces tales esperpentos, y sólo a mi mujer le
gustan... Sois el uno para el otro».
Retirose aquel día del trabajo D. Francisco más fatigado que nunca. Veía
los objetos dobles y tenía la cabeza tan mareada como si estuviese a
bordo de un buque. Pero él confiaba en que tal desazón sería pasajera, y
se felicitaba del adelanto y bonito efecto de la obra. El ángel estaba
completamente modelado ya con aquellos increíbles puntos de pelo. El
sauce protegía con sus llorosas ramas la tumba, y era lástima que no
hubiese cabellos verdes, pues si tal existiera la ilusión sería
completa. Al fondo nada le faltaba ya; era un modelo de perspectiva
melancólica, hasta tal punto, que sólo quien tuviese corazón de peña
podía verlo sin sentir gana de hacer pucheros. Faltaban aún las flores
del piso y todo el primer término, donde Bringas discurrió a
última hora poner unas columnas rotas y caídas, así como de templo en
ruinas, con lo cual la idea de la desolación era representada del modo
más perfecto.
¿Exagera mucho Pérez Galdós en la descripción del arte del Sr. Bringas? Creemos que un poco, bastante seguramente. Pero conste que similares descripciones y "florituras" pueden encontrarse en críticas de arte reales, como la que recoge el libro La crítica de arte en México en el siglo XIX: Estudios y documentos, de Ida Rodríguez Prampolini, que reproducimos (Pérez Galdos usa la palabra "capilífice" para referirse al artista en pelo, mientras que en esta crítica la denominación empleada es "artista tricógrafo"; ninguna de las dos las hemos encontrado con Google, y lo más parecido al "artista tricógrafo" es la "tricografía", que es la técnica del examen microscópico de los tallos pilosos, en animales de pelo como perros y gatos)
UNA OBRA DE ARTE EL SIGLO XIX.
México, octubre 8 de 1886
Hace algunos días nos detuvimos ante uno de los lujosos escaparates del establecimiento comercial denominado "La Suiza", a contemplar un precioso marco que rodea un trabajo en pelo, hecho por el artista tricógrafo señor Ortells. Intentamos describirlo: dicho trabajo, que mide una vara de largo y está destinado al señor Agustín Corder, rico hacendado de Chihuahua, representa un cuerno de la abundancia adornado de hilos de oro y perlas; parecen salir de aquel los retratos de toda la familia Cordero, entre multitud de caprichosos adornos de cabello; ya de flores como miosotis, pensamientos, rosas y la de rizos, bucles, palmas, plumas y otros varios dibujos: todos los retratos llevan el nombre y la edad de las personas que representan.
El mérito del trabajo en su conjunto consiste en que todas las piezas están hechas de relieve y medio relieve, así como en la dificultad que venció el notable artista en combinar todos estos retratos en un solo espacio, guardando la más elegante simetría, como también los preciosos adornos que de los propios cabellos de cada persona juguetean alrededor del retrato de éstos.
Recomendamos a nuestros lectores procuren admirar este cuadro que mucho honra al señor Ortells, a quien felicitamos (Diario del Hogar).
Un comercio como el de Justino Delgado hubiera hecho las delicias del Sr. de Bringas y de cualquier "capilífice" o "artista tricógrafo": se trata del mayor almacén de cabello humano en todos sus tipos, colores y medidas.
En mi opinión, el cabello humano puede ser muy bello y es materia susceptible de convertirse en arte, pero prefiero la peluquería a todas las artes descritas.
El cabello "normal", el peinado (o despeinado) en la cabeza, es tratado con minuciosidad y deleite por artistas del pincel y del escoplo.
La famosa cabellera de la famosísima Sissi (la Emperatriz Isabel de Austria) ha sido recogido repetidas veces tanto en fotografía como en pintura
Winterhalter la retrató "despeinada" y peinada
En la película Sissi se hizo hincapié en los peinados de Isabel; en la imagen aparece el peinado del cuadro de Wilterhalter en la cabeza de la desgraciada Romy Schneider
Dicen que el papel lo aguanta todo. Al parecer, la cabeza también:
Terminamos con un peinado radicalmente distinto, que resultó muy rompedor en su época. Alguien que no entienda de denominaciones específicas del gremio lo llamaría corte a lo chico, o tipo flapper, o a lo garçon, pero el nombre es "Bob Cut", y en concreto el que lleva Louise Brooks es el "Dutch Boy" (para más información, The Bob y 1920x Fashion and Music). Después de lo que llevamos visto, es todo un descanso.
Excelente trabajo. Sin embargo, encuentro a faltar algune referencia a la colección del marqués de "La escopeta nacional".
Comentar que resulta cuanto menos curioso contemplar, en la sala sagrada del palacio de Topkapi, en Estambul, las pequeñas ampollas de vidrio conteniendo diversos especímenes de pelo de Mahoma.
Finalmente: una joya para la antropología forense.
Excelente trabajo. Sin embargo, encuentro a faltar algune referencia a la colección del marqués de "La escopeta nacional".
ResponderEliminarComentar que resulta cuanto menos curioso contemplar, en la sala sagrada del palacio de Topkapi, en Estambul, las pequeñas ampollas de vidrio conteniendo diversos especímenes de pelo de Mahoma.
Finalmente: una joya para la antropología forense.